“El celibato eclesiástico no es un dogma. Las escrituras no lo imponen. Sería incluso muy fácil. Tomamos una pluma, firmamos un decreto, y mañana todos los sacerdotes que quieran pueden casarse." (Papa Juan XXIII - Audiencia con Etienne Gilson "Souvenir du Père" La France Catholique, no. 862, 7-VI-1963) --- “Podrás romper tu voto de celibato cientos de veces y podrás ser bienvenido una vez más. Comete el matrimonio una sola vez y serás echado”. (Ted Schmidt - Editor of Catholic New Times)

martes, 3 de abril de 2007

Declaraciones de Mons. Milingo en 2001

Comunicado de Su Eminencia Arzobispo Emmanuel Milingo
Sábado, 26 de Mayo, 2001 - Nueva York

Como católico bautizado desde la infancia, he dedicado toda mi vida a la Iglesia. Desde mi ordenación en 1958 he llevado una vida de celibato y he intentado servir a Dios con todo mi corazón, predicando el evangelio de Jesucristo y sirviendo a Su pueblo. En ese proceso, he servido fielmente a la Iglesia Católica como coadjutor, párroco, arzobispo de Lusaka y como Delegado Especial para Emigrantes y Desplazados, entre otras tareas. En todo ello, nunca he buscado un puesto o una posición mundanos, siendo mi único deseo servir al Señor, Su Iglesia y Su pueblo. El Espíritu Santo ha sido mi consuelo y guía, y el Señor Jesucristo y Su Santa Madre han iluminado mi camino. Le estoy especialmente agradecido al Santo Padre, el Papa Juan Pablo II, cuyo estímulo, aceptación y apoyo nunca han vacilado.

Ahora, a la edad de 71 años, después de toda una vida de dedicación a la Iglesia y a mis votos sacerdotales, el Señor me ha llamado para que dé un paso que cambiará mi vida para siempre, y hará posible que sea un instrumento de Su Bendición y Su Gracia para África y el mundo, aunque también sé que también cambie mi relación con la Iglesia católica. Doy este paso sólo en obediencia al Señor Jesucristo, tras muchos días de oración y ayuno. No sufro por las opiniones de los hombres y sólo quiero hacer la Voluntad de Dios. No obstante, considero importante que mucha gente en África, en Europa y en otras partes, quienes han confiado en mi guía o han sido bendecidos por Dios mediante el instrumento de mi ministerio estén debidamente informados sobre las razones y motivos de esta acción, no sea que alguien trate de difamar o tergiversar mis propósitos para sus propios beneficios.

El domingo, 27 de mayo del 2001, seré bendecido en matrimonio con María Sung, doctora de acupuntura y una sierva amante y ferviente del Señor. Como un sacerdote célibe, el matrimonio se encontraba completamente alejado de mi pensamiento. Sólo mediante el mandato de Jesús y el asesoramiento y apoyo del Revdo. y la Sra. Moon, doy este paso inesperado y atrevido, una decisión con la que he luchado por algún tiempo en mi corazón. A petición mía y de mi futura esposa, el Revdo. y la Sra. Moon oficiarán la ceremonia de Bendición, administrarán nuestros votos y consagrarán nuestra unión, junto con ministros religiosos de varias denominaciones. Mis razones para obedecer el mandamiento del Señor de que sea bendecido en matrimonio son las siguientes:

I. La Palabra de Dios: El propósito del matrimonio y de la familia

Como dice Génesis 1:27: “Dios creó al hombre a Su imagen y semejanza, a imagen y semejanza de Dios los creó, macho y hembra los creó...”. Nuestro Señor reafirmó este pasaje cuando dijo: “No habéis leído que Dios los creó macho y hembra, y por esta razón los dos se harán una sola carne,... y lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre” (Mateo 19:4-7). En ello, nos está diciendo que el matrimonio es en sí mismo el cumplimiento del propósito de la creación, ya que hombre y mujer forman la imagen de Dios, podemos reflejar plenamente Su Naturaleza sólo como una pareja. Después de crear a Adán, Dios dijo: “No es bueno que el hombre esté sólo” (Génesis 2: 18). Y su primer mandamiento fue: “Creced y multiplicaos, henchid la tierra y sometedla”.

No obstante, el voto sacerdotal del celibato tiene un significado profundo en la Providencia de Dios. Nuestros primeros antepasados desobedecieron a Dios, tomando del fruto prohibido. Avergonzados de su desnudez, cubrieron sus partes bajas y se escondieron de Dios. Fueron expulsados del Jardín y su matrimonio y vida familiar no tuvo nada que ver con Dios. La humanidad ha heredado el linaje pecaminoso de estos padres caídos. Jesús dijo: “Sois de vuestro padre, el Diablo, y queréis cumplir sus deseos” (Juan 8:44). Debido al amor falso entre el hombre y la mujer desde el origen, el sendero de total devoción al servicio de Dios ha requerido que sacrifiquemos tales deseos humanos. San Pablo explicó la lucha entre servir a Dios y el matrimonio, alabando a los que “se abstengan del matrimonio” (Mateo 19:12). Jesús reconoció a los que “se han hecho como eunucos por el Reino de los Cielos” (Mateo 19:22). Por todo ello, he ofrecido mi voto de celibato con todo mi corazón.

Con la sangre de nuestro falso padre, Satanás, corriendo por nuestras venas no podemos entrar en el Reino de los Cielos a menos que no nazcamos de nuevo, recibiendo el cuerpo y la sangre de Jesús, y heredando el amor, la vida y el linaje mediante Su hijo unigénito. Por ello, he celebrado y continuaré celebrando misa todos los días de mi vida, porque la Sagrada Comunión representa la unión más verdadera e intima con nuestro Padre Celestial.

Aún así, Dios me ha mostrado que la unión de un hombre y una mujer de fe es el auténtico reflejo de la Santa Trinidad. Así como Dios Padre es uno y se manifiesta en la unión mística de Jesús y el Espíritu Santo, Dios también puede estar presente plenamente en la unión entre un hombre y una mujer en la comunión del matrimonio. San Pablo exaltó la relación entre Jesús y la Madre Iglesia como un modelo para el matrimonio (Efesios 5:22-32). La Iglesia primitiva, como Pablo, vieron el matrimonio como una penosa necesidad. Gradualmente, la vocación del matrimonio y su sagrado propósito original han sido resucitados. Al término del segundo milenio de la cristiandad, muchos dentro de la Iglesia se han dado cuenta de que el celibato ya ha cumplido su propósito. Estamos entrando en la era donde cada hombre y mujer está llamado a cumplir el propósito original de reflejar la imagen de Dios.

Tristemente, muchos son incapaces de reconciliar este anhelo original con sus votos de celibato, y este compromiso ha llegado a ser un cascarón vacío, un estándar inalcanzable. Todo tipo de impurezas, incluso de lujuria innatural, hijos ilegítimos y otros secretos horribles han pesado sobre las vidas de aquellos que buscan servirle a Él. El incremento de la homosexualidad y los embarazos entre sacerdotes y monjas han llegado a ser de conocimiento público. De esta manera, la sangre de Satanás ha seguido fluyendo a través de la Iglesia de Dios. Esta sangre satánica debe ser limpiada, y el verdadero amor, la verdadera vida y el verdadero linaje de Dios deben ser restaurados. Parafraseando a Pablo, ha llegado la hora de crecer, de dejar las cosas de niño y afrontar la verdad cara a cara, no vagamente, como a través de un espejo.

Mi vida ha sido una confrontación con el Demonio. Ahora, respondiendo a la llamada de Dios de asemejarme a Él plenamente y restaurar Su ideal original del matrimonio, oro para abrir el camino a muchos otros a separarse de Satanás, purificar sus espíritus y sus cuerpos, y ayudar a que la Iglesia se limpie y renueve.

II Mi llamada y misión

El 3 de abril de 1973, descubrí, casi por casualidad, que estaba bendecido con el don de la curación. Desde entonces, Dios no ha cesado de usar mi don para bendecir a muchos. El Espíritu del Señor está sobre mí, ya que me ha ungido para predicar el evangelio, curar a los enfermos, y aún más allá de lo que espera, exorcizar demonios. Siendo obediente a Dios como Su instrumento, tuvieron lugar incontables milagros. Miles y miles de personas fueron bendecidas gracias a este ministerio. Tanto médicos como curanderos fueron testigos del poder de Dios y muchos entraron en la Iglesia del Señor mediante la predicación del evangelio y el carisma de la curación. Poderosas experiencias espirituales sucedieron entre la congregación de los fieles. Las Hijas del Redentor, los Hermanos de San Juan Bautista, los hijos del Buen Pastor Jesús, y numerosos ministerios y misiones han florecido por medio del derramamiento del Espíritu Santo. Llegué a conocer la presencia poderosa de la obra del mundo espiritual.

Muchos en la jerarquía de la Iglesia no entendieron estas manifestaciones del Espíritu y trataron de controlarlas o limitarlas, restringiendo mi ministerio. A pesar de mi devoción a la Palabra de Dios, el servicio diario de misas y mi compromiso con la Santa Iglesia, fui acusado, temido y calumniado. Además, observé que el dominio de la cultura europea sobre la Iglesia estaba limitando el mensaje cristiano y evitando que los africanos descubriesen su valor original y su identidad espiritual. A la par que amaba a la Iglesia y sus tradiciones, estaba decidido a ayudar a superar el sentimiento impuesto de inferioridad cultural que experimenta África y de traer una nueva vitalidad al Cristianismo alimentándolo con el terreno rico de la herencia africana. También estos esfuerzos me pusieron en contradicción con algunas autoridades de la Iglesia.

Mis esfuerzos por realizar la misión encomendada por Dios se han visto progresivamente frustrados, bloqueados y, incluso, saboteados por algunas autoridades eclesiásticas. Fui acusado de todo tipo de males terrenales y espirituales, fui llamado a Roma, querellado, interrogado, examinado y aislado. Se esparcieron rumores grotescos sobre mi. A pesar de que respondí una a una a todas las acusaciones, estaba claro que no se me permitiría volver al arzobispado de Lusaka para servir al pueblo africano que yo tanto amaba. Obedientemente, he residido en Roma cerca de veinte años. A pesar de que se me impidió celebrar misa en cualquiera de las iglesias dentro de los límites de la ciudad, no podía abandonar la llamada a predicar el evangelio, curar los enfermos y echar a los malos espíritus. A mi pesar, he llegado a ser un reto para la Iglesia que tanto amo, y la Iglesia que tanto amo ha llegado a ser una cadena que me ha impedido cumplir la misión dada por Dios. He luchado en mis oraciones, preguntándome qué debía prevalecer: ¿ mi voto de obediencia a la autoridad eclesiástica o mi promesa de obediencia a Dios?

III Mi amor por la Santa Iglesia

A lo largo de todas las acusaciones, restricciones, calumnias y exilio, mi profundo amor por la Santa Madre Iglesia nunca ha vacilado. A pesar de haber sido separado del pueblo al que fui llamado por Dios a servir, y haber sido restringido de ofrecer los dones que el Espíritu ha seguido manifestando por mi hasta el día de hoy, he continuado en la observancia de la fe en la que fui bautizado. Aunque algunos en cargos poderosos han sido usados por el Diablo para atacarme, yo solo he pretendido proteger y defender a la Iglesia de Dios. En esa lucha entre la llamada de Dios y la obediencia a la Iglesia, sé que otros más grandes que yo se han enfrentado al mismo dilema, desde santos a reformadores. Como ellos, no deseo abandonar la Iglesia que tanto amo y, no obstante, debo seguir lo que el Señor me pide.

Oro para que mi aceptación del ideal de Dios del matrimonio y la familia, mi determinación a seguir el mandato del Señor y la llamada de mi conciencia, y mi compromiso por salvar a África puedan tocar el corazón de los creyentes, y que sirva como una voz de alarma que despierte a la Iglesia al entrar en este nuevo milenio. Hace dos mil años, el pueblo preparado por Dios no se dio cuenta que el momento anunciado había llegado. Mientras Jesús proclamaba la venida del Reino y predicaba un nuevo evangelio, los que estaban aferrados al pasado, le consideraban un demonio. Cuando limpió el templo, los líderes religiosos sólo les importaba la amenaza que éste representaba contra su autoridad. No tuvieron ojos para ver ni oídos para oír. Procuremos no repetir los pecados del pasado.

IV Mi relación con el Revdo. y la Sra. Sun Myung Moon

Sin lugar a dudas habrá aquellos que afirmen que he sido influenciado indebidamente por otros para seguir este camino. Por esta razón he explicado cuidadosamente la trayectoria pasada que ha hecho este curso inevitable. Algunos creerán que me han convertido y que me están controlando, pero os aseguro que mis decisiones son las mías propias. Obedezco por encima de todos y de todo el mandato del Señor Jesucristo. El Revdo. y la Sra. Moon nunca me han pedido que dejara mi fe católica para poder exaltar el ideal universal de la familia. Le he pedido al Padre y Madre Moon que arreglen y consagren mi matrimonio debido a mi respecto por la disposición especial que Dios les ha dado para construir matrimonios y familias centrados en Dios. He visto verdaderamente que el Reino de Dios sólo puede establecerse en la Tierra mediante el verdadero amor, y que ese amor solo puede ser realizado mediante familias centradas en Dios. Están haciendo la obra del Señor.

Con el corazón en la mano puedo decir que el Revdo. Sun Myung Moon es un hombre de Dios. Su ministerio empezó a partir de una llamada de Jesucristo en su juventud. He sido testigo de sus esfuerzos por unir a gente de todas las creencias y romper las barreras raciales. Por largas horas, he orado a Jesucristo acerca del Revdo. y la Sra. Moon, y el Señor me ha guiado a entender y apreciar ese ministerio especial para construir familias centradas en Dios entre gente de todas las creencias en la capacidad de Verdaderos Padres. He observado que el Revdo. Moon conoce el mundo espiritual de una manera profunda al igual que yo lo he experimentado.

Pido a todos los creyentes que pongan toda su preocupación en encontrarse con el Dios vivo y hacer Su Voluntad, y que oren para que mi amada Iglesia tome medidas encaminadas a la reestructuración de su “modus administrandi” A aquellos que quieran condenar el mensaje y el ministerio universal del Padre y Madre Moon sin una investigación personal, les recuerdo que prácticamente todos los santos y profetas fueron malentendidos y rechazados. Sólo puedo recordar las palabras de Esteban en Hechos 7:51-52: “¡Duros de cerviz e incircuncisos de corazón, siempre resistís al Espíritu santo! Así como hicieron vuestros padres así también vosotros. ¿A qué profeta no han perseguido vuestros padres? Y han matado a aquellos que anunciaron la venida del justo, a quien vosotros habéis traicionado y asesinado”.

V . Nuestro futuro

A pesar que mi corazón está apenado por aquellos que amo y que aún no entienden el camino que estoy tomando, estoy lleno de alegría por la oportunidad de ofrecer todo mi corazón y alma y de usar libremente una vez más todos los dones de Dios y ponerlos a Su servicio. Mi compañera María y yo retornaremos a África, un continente que sufre los estragos del SIDA, un continente sumergido en la confusión política, económica y social, no obstante una tierra con una herencia rica en valores tradicionales de familia, comunidad, respecto por los mayores y espiritualidad. Es nuestra misión renovar esa herencia y llevar el amor sanador de Cristo, y usar la piedra angular de familias de fe para reconstruir la sociedad. Dios nos ha llamado para que fomentemos un movimiento de curación y renovación, y voy a invertir el resto de mi vida terrenal en el continente donde nací. Debo mi vida y mi amor al Señor Jesucristo y la Santa Madre María. Quiero ofrecer mi gratitud eterna y respeto al Santo Padre Juan Pablo II. Ahora y siempre me dedicaré a la iglesia que amo.

El mismo Dios vivo que me ha guiado a una vida de servicio a Su Iglesia y Su pueblo, me ha guiado ahora a trabajar con los honorables Revdo. y Sra. Moon. No me estoy uniendo a la iglesia del Revdo. Moon, pues su trabajo no es para ninguna iglesia, nación o raza en particular. Su trabajo es romper las barreras entre todas las razas, naciones y credos y realizar el Reino de Cielos en la Tierra. Recé a Jesús, y el Señor en persona me ha mostrado que Su reino debe establecerse mediante el corazón y las manos del ser humano, y debe estar basado en el verdadero amor y en verdaderas familias. Él ha ungido este ministerio y ha confirmado la rectitud de mi camino. Le doy gracias a Dios por la visión y el ejemplo del Revdo. y la Sra. Moon, y juro trabajar con hombres y mujeres de todos los credos para realizar el ideal de Dios de un mundo de paz, felicidad y amor que es la misión última de toda religión. Que Dios bendiga a todos aquellos que tienen hambre y sed de justicia.
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H.G. Emmanuel Milingo - Ex arzobispo de Lusaka, Zambia
26 de Mayo del 2001

Carta al Vaticano del Arzobispo Emmanuel Milingo


(Esta carta personal es una de las muchas comunicaciones que el Arzobispo E. Milingo envió al Vaticano durante estos últimos cuarenta días. Fueron enviadas por correo (a la oficina del Santo Padre directamente) por fax (a la oficina del Secretariado de Estado y a la oficina de Prensa), y a través de la entrega personal de parte del staff y los amigos del Arzobispo en Roma. No se ha recibido respuesta a ninguna de estas comunicaciones, a pesar de poner explícitamente números de fax, números de teléfono, así como direcciones de correo. Al mismo tiempo, aquellos que apoyan a su Eminencia han sido tratados severamente, cortados de todo contacto con él. Todos los intentos del Arzobispo para animar y asistir a sus anteriores congregaciones o dar respuesta a sus preocupaciones han sido bloqueadas e impedidas con amenazas de sanción. Todos los esfuerzos para buscar una audiencia con el Santo Padre han sido ignorados.

Ahora, el Vaticano ha dado un ultimátum público, a pesar de las promesas de Joaquín Navarro-Valls, su vocero oficial, de primero comunicarse con el Arzobispo Milingo (ZENIT, 28 de Mayo 2001), declarando que ellos no sabían como comunicarse con él. Claramente, continuaron usando los medios de comunicación para desacreditar y mal interpretar al Arzobispo, así como, buscar un apoyo público para sus posiciones. Monseñor Milingo no está incluso seguro que el Santo Padre tiene conocimiento de sus cartas.

Sólo por esta razón, Su Eminencia ha pedido que esta carta privada, tratada con el silencio por el Vaticano se haga ahora pública. Con sus disculpas al Santo Padre, él comparte esta carta con ustedes. Monseñor Milingo estará disponible para dar entrevistas en los EE.UU. a fines de esta semana, después de su regreso de Corea, donde ha estado visitando a los familiares de su esposa y haciendo preparaciones para su futura vida juntos.)
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10 de Junio del 2001
Su Santidad Juan Pablo II
Palacio Apostólico, Ciudad del Vaticano.

Su Santidad,


Aprecio los esfuerzos que ha hecho tratando de conectarse conmigo en Nueva York el 25 y 26 de mayo, justo antes de la Bendición Matrimonial Interreligiosa. Sé que la acción que he tomado es, al mismo tiempo, sorprendente y difícil de comprender, pero le aseguro que estoy respondiendo a mi más profunda fe en Jesus, y mi amor inmortal por la Iglesia Católica. Oro por su comprensión y asistencia al buscar un camino de reconciliación y unidad con la Iglesia a la que amo. Por favor esté seguro de lo siguiente:

* Las acusaciones de que me han lavado el cerebro, controlado, o de estar poseído por los mismos demonios contra los que yo he luchado son pura basura. Esa clase de acusaciones tontas tienen la intención de cumplir dos cosas: desacreditarme a mi (y al ministerio que Dios me ha dado), y evitar los temas y cuestiones que estoy planteando. Desde 1973, cuando Dios me llamó a cumplir el mandamiento que Nuestro Señor dio a sus Apóstoles en Lucas 9:1-2, he sido criticado, escandalizado, investigado, exiliado y convertido en un extraño y un tonto en mi propia Madre Iglesia. Los fenómenos que ocurren cuando digo misa (fenómenos que yo no he buscado y que no puedo explicar) han conducido a que haya sido boicoteado y rechazado. Cada sacerdote que ha concelebrado conmigo ha sido castigado. A pesar de eso, Dios ha permanecido conmigo, la gente continua clamando, y la Iglesia me ha herido, silenciado y aislado. ¿Podría callarme? ¿Debería abandonar el llamado de Dios e irme a mi casa y mi pueblo? Es irónico que después de años de tratar de suprimirme y esconderme hasta el punto de volverme inútil a la Iglesia, soy ahora el centro de tanta preocupación.

Mi decisión de casarme no es, como algunos han implicado, debido a la concupiscencia. A mis 71 años, los estímulos sexuales están en el nivel más bajo. Es equivocado compararme, como los medios de comunicación han hecho, con clérigos que han violado, o embarazado, o simplemente se han enamorado. Me estoy casando por Dios, motivado por el más profundo deseo de traer pureza y honestidad a la Fe, al plantear la gravedad de los pecados morales que han herido y debilitado a los clérigos católicos. Si hay algo en lo que el Rev. Moon me ha influido es en ayudarme a ver el papel sagrado y salvífico del matrimonio y la familia, y de su necesidad para curar a la sociedad. Ahora, alrededor del 80% de los casos ante el tribunal en Roma tienen que ver con familias desintegradas. Puede hacer un gran bien a la Iglesia el traer este ministerio al frente. Sólo por esta razón, no he actuado en la oscuridad o secreto, sino abiertamente enfrente de Dios y la humanidad. La sexualidad y la espiritualidad, divorciadas por mucho tiempo en la tradición de la Iglesia, deben ser reconciliadas. Mi voto de fidelidad a mi esposa ante Dios no es un paso inferior al celibato, sino un salto hacia arriba.

No he hecho nada para negar mi comunión con la Iglesia y sus obispos. Mi voto de celibato está todavía intacto, y permanecerá así mientras observo 40 días de purificación y ofrenda antes de consumar el matrimonio. Mi compañera y yo estamos reviviendo el estado de Adán y Eva, como hermano y hermana, dedicando nuestra unión al trabajo de Dios y a su Gloria, y ella está de hecho aprendiendo los caminos de mi fe. Al mismo tiempo, estamos de esta forma expiando nuestros propios pecados personales pasados. Oro el rosario cada día por el Santo Padre, y continuo experimentando la presencia de Jesucristo en la Eucaristía. Al considerar los asuntos canónicos del matrimonio, los símbolos del vino, agua y los votos que compartimos, no son diferentes a los casamientos tradicionales alrededor del mundo, los que más tarde pueden ser sacramentalizados por la Iglesia, como ocurrió con el casamiento de mis padres. Tengo la esperanza de encontrar un camino para fortalecer y no disminuir a la Iglesia y para renovar y engrandecer, y no para avergonzar la Fe.

A la luz de estos hechos, estoy determinado a encontrar el camino, si es del todo posible, para trabajar dentro de los confines de la Iglesia Católica. Tengo dos peticiones a Su Santidad:

1. Delegar a Su Eminencia el Cardenal Egan, o a un representante del Vaticano en la Naciones Unidas para ratificar mi situación matrimonial de acuerdo al Rito Católico, y dispensarme del celibato. Si bien es mi convicción personal, durante estos 40 días, estoy mucho más puesto en prueba en este asunto.

2. Estoy recibiendo muchas invitaciones de las iglesias y organizaciones cristianas más importantes, y que honran mi posición en la Iglesia; soy recibido como un Arzobispo Católico que lidera, y que recorre un camino, al mismo tiempo bíblico e inevitable. Ambos, el Consejo Mundial de Obispos, y CORPUS, la organización de sacerdotes y monjas casados me han buscado. Se me ha invitado a hablar en varias de las Iglesias Afro-Americanas de los Estados Unidos.

Me parece que puedo ser de gran ayuda en esta posición. Quiero hacer todo lo posible para todos los sacerdotes y obispos secularizados, a llevar una vida digna, y reconciliados con la Iglesia Católica. Oro para encontrar un camino en el que pueda involucrarme de nuevo en los círculos católicos, y todavía representar a la Iglesia como un Arzobispo Católico.

Y busco ahora lo que se me ha negado por algún tiempo: una audiencia con Su Santidad. Estoy buscando que el "Sanatiu Matrimonii" pueda ser hecho antes de la consumación, lo que sanaría cada aspecto canónico.

Su humilde servidor
Arzobispo E. Milingo
EM/ps

"Y juntando a sus doce discípulos, les dio virtud y potestad sobre todos los demonios, y que sanasen enfermedades. Y los envió a que predicasen el reino de Dios, y que sanasen a los enfermos." Lucas 9:1-2
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Respuesta del Arzobispo Emmanuel Milingo
a la Advertencia Pública de la Congregación para la Doctrina de la Fe
25 de julio, 2001 Washington, DC,


Mis estimados hermanos y hermanas,

Yo, el Arzobispo Emmanuel Milingo, me encuentro embarcado en un inesperado viaje a lo largo de un camino no recorrido. Por sorprendente que sean los pasos que Dios me ha inducido a tomar, lo que es todavía más asombroso aun es la gran preocupación y angustia que muchos han expresado acerca de mi destino y futuro. Pero yo les pido a todos aquéllos que me aprecian y que han orado por mí, que sus lágrimas de dolor se transformen en lágrimas de alegría. Porque de hecho me siento el más feliz y más bendecido entre los hombres, pues Dios oyó mi lamento, y contestó mis oraciones.

MI HISTORIA

Mi historia es simple. Como un muchacho que cuidaba ganado en mi Africa nativa, Dios me llamó a Su servicio, y me atrajo al regazo de mi Madre, la Iglesia Católica. Yo la serví con sinceridad, y busqué amar Dios amando a las personas. En 1974, Dios me dio un don, y me comisionó como Nuestro Señor Jesucristo había comisionado a Sus discípulos: para sanar a los enfermos, expulsar los demonios, y predicar el evangelio [Lucas 9:2]. Ofrecí mi don a mi Iglesia y a sus fieles. Muchas personas respondieron apasionadamente, recibiendo este don espiritual de Dios. Pero mi Iglesia lo rechazó, y se empeñó en bloquearme y restringirme.

No fui yo sólo el impugnado. Cuando nosotros como africanos expresamos nuestro amor por Jesucristo a través de nuestras propias formas culturales, así como los europeos lo han hecho por mucho tiempo con las suyas, los líderes de la Iglesia desarrollaron su desconfianza hacia mí. Roma parecía incapaz de concebir que estos dones espirituales en su joven iglesia africana pudieran de hecho venir de Dios. Me llamaron "el hechicero," y catalogaron la respuesta de las personas como "voodoo o brujería". Se me calumnió con falsas acusaciones y rumores maliciosos, y a pesar que uno por uno todos fueron refutados, me exiliaron a Roma. Temieron que sólo sería un problema en Africa. Estaban convencidos de que yo quise ser "el mesías africano," y proyectaron su propia arrogancia y anhelos de poder en mí. Tanto ahora como en el pasado, no tengo aspiraciones por la posición o el poder, mas bien busco hacer la voluntad de Dios.

Cuando finalmente me encontré con el Santo Padre, después de 14 meses en el limbo, él animó mi carisma y prometió protegerlo. Pero para mi sorpresa, al celebrar la misa y los servicios de curación en Europa, ocurrieron los mismos fenómenos poderosos. Esta vez, sin embargo, no era la Iglesia de Africa, sino italianos, españoles, y gente de muchos otros lugares los que respondieron. Mientras la gente recibía estos dones con una actitud humilde y de agradecimiento a Dios por su bondad, los que buscan el poder sólo vieron en mi un problema y una amenaza. Se me prohibió celebrar misa en las iglesias, fui impedido de encontrarme con el Santo Padre, y finalmente restringido y atado hasta ponerme a un lado.

A pesar de que la Iglesia que amo me ha tratado como a un extraño, me ha exiliado, y finalmente ha puesto cadenas sobre mi ministerio, yo nunca me rebele contra ella. La he amado aún más, y he tratado lo mejor que pude de exorcizar no sólo los demonios de la gente, sino que también los que están atrincherados en las altas esferas. Cuanto más Dios me usó y la gente respondió, aun más mi propia Iglesia se me opuso, y castigó a quienes me asistieron. Finalmente, bloqueado en mi ministerio y removido de mis obligaciones, parecía que no tenía ningún lugar a donde ir sino a mi propio pueblo. Aun así, el mandato de Jesús resonaba dentro de mi: ...curar a los enfermos... expulsar a los demonios... predicar el evangelio. ¿Que podía hacer?

Entretanto, la Iglesia Católica ha sido motivo de escándalo debido a su inmoralidad. El celibato una vez parte vital de la pureza y del poder espiritual de la Iglesia, se convierte en una fachada o apariencia. Líos de faldas y matrimonios secretos, niños ilegítimos, una desenfrenada homosexualidad, pedofilia y relaciones sexuales ilícitas han plagado el sacerdocio, hasta el extremo que la Comisión de derechos Humanos de las Naciones Unidas investigó a la Iglesia por sus abusos sexuales, y la prensa occidental esta llena de noticias sobre juicios y escándalos que involucran a la Iglesia. Con tal hipocresía, ¿como pueden los sacerdotes ser los santificadores de la comunidad? Cuando se burlan de Cristo, el diablo se ríe, y la Iglesia queda sin poder para superar la ola de divorcios, adulterios, y enfermedades de transmisión sexual que plagan ahora a la sociedad. En mi propio país de Zambia, el índice de mortalidad es cuatro veces más alto que el de nacimientos debido al SIDA. ¿De dónde va surgir la curación? Esta farsa de la Iglesia debe terminar, la inmoralidad debe purificarse y debemos ser honestos.

Por eso yo me casé – no por una mera satisfacción personal, ni por debilidad o tentación, ni en secreto o avergonzado, sino ante Dios y el mundo. El Señor me ha mostrado el verdadero propósito del matrimonio, como la razón misma por la cual él creo al hombre y a la mujer. (Mateo 19:4) El matrimonio monógamo, fiel y santificado no es un paso atrás en mi voto de celibato... lo eleva a una nueva dimensión de fidelidad. Ahora es el tiempo para que la Iglesia tome el mismo paso o decisión. Hombres y mujeres que se comprometen y son fieles, padres que nutren y proporcionan un ejemplo moral, hogares de amor en donde Dios está presente y donde se valora a los niños: esas son las respuestas a los problemas de la Iglesia y la sociedad.

EL ULTIMÁTUM DEL VATICANO.

Como un católico fiel que continúa orando el rosario y celebrando misa diariamente, amo todavía a la Iglesia Católica con todo mi corazón. Estoy totalmente consciente de que como obispo de la Iglesia mi matrimonio es para muchos difícil de comprender. El Vaticano advirtió públicamente que mis acciones me habían alienado de la Iglesia. Pero ya me habían convertido en un extraño y un exiliado mucho tiempo antes de esto. Me pidieron que reflexionara, de que estaban esperando tener noticias mías, y habían prometido hablar privadamente conmigo antes de anunciar cualquier sanción pública [ZENIT, 28 de mayo de 2001]. Aunque permanecí en oración y aislamiento por 40 días después de mi matrimonio, escribí al Padre Santo tres veces pidiéndole una reunión con él para encontrar mi lugar en la Iglesia a la que amo. Permanecí célibe durante ese periodo, para consagrar mi matrimonio y esperar por su respuesta. Proporcioné números de teléfono y de fax, dirección postal, pero no recibí ninguna comunicación. A pesar de que he confirmado que al menos una de estas cartas fue recibida y reconocida, el Vaticano ha permanecido obstinadamente en silencio. Mis amigos cercanos al Santo Padre me ha asegurado que ninguna de mis cartas fueron entregadas al Papa, y quiénes están cerca de él han indicado que no tienen ninguna intención de hacerlo.

Ahora, la Congregación para la Doctrina de la Fe ha emitido una advertencia y un ultimátum. Aducen falsamente que determinaron que yo no podía ser contactado, aunque deliberadamente ignoraron mis cartas, y ni una sola vez consultaron a alguno de los miembros de mi personal, a mi abogado o a cualquiera que ellos solían consultar regularmente sobre mí en el pasado para localizarme. Hice todo lo posible de buena voluntad, pero rompieron su promesa, y emitieron una admonición canónica pública. Es por eso que me veo obligado de igual manera a presentar esta carta públicamente. Estoy listo para reflexionar junto con ellos sobre el significado de mis acciones. Fueron ellos los que no me dejaron lugar en la iglesia que amo, mucho antes de este momento dramático. Ahora les pido abiertamente lo que ellos me han negado en privado desde hace muchos años: una audiencia con el Santo Padre, a quien amo y respeto.

Su admonición incluye la amenaza de excomunión, si no cumplo tres exigencias para el 20 Agosto del 2001. En su advertencia, arrogantemente rehusan tomar en consideración cualquier de los puntos que he denunciado, o reflexionar sobre lo qué Dios pueda estarles diciendo. Ellos simplemente exigen que yo:

I. ME SEPARE DE MI ESPOSA, MARIA SUNG

Como Puedo dejar a mi esposa, la que Dios me dio a mí, con quien ya he comenzado vida conyugal, y a quien he jurado fidelidad ante El. Génesis 1:27 dice que la imagen de Dios es varón y hembra. Aunque por 43 años viví como sacerdote célibe, a pesar de mi sinceridad y devoción, solo conocí a Dios como varón. Ahora, mediante mi unión con Maria, he llegado a ver el otro lado del corazón de Dios, el cual es femenino. Como un individuo casado, me siento completo, y entiendo el significado de que dos se hagan una sola carne. Hasta ahora comprendo Génesis 5:2, que dice: "Varón y hembra El los creó. El los bendijo y llamó el nombre de ellos Adán el día en que fueron creados."

Cuando Jesús dijo que dos se harán una sola carne, el Señor consagró la santidad de unión sexual. El centro del sexo, en la unión física del hombre y la mujer en el matrimonio, Dios está presente como la tercera persona. El es la unión, y los tres se convierten en uno, como un reflejo de la Santa Trinidad. Mediante esta santa unión, Dios, el creador de la humanidad, transmite Su amor a la toda la raza humana. En un mundo caído que ha profanado la pureza del amor, la Iglesia Católica la ha protegido mediante el celibato y la castidad durante sus 2000 años de providencia. ¿Pero con qué propósito, y para qué fin la hemos protegido? Ahora que entramos al 3er milenio, el celibato ha cumplido su propósito, y deber dar paso al establecimiento de matrimonios santos. Nadie mejor preparado para cumplir este alto y santo llamando que las monjas y sacerdotes célibes. Tal hecho nunca puede experimentarse mediante las pasiones ilícitas y desenfrenadas que ahora se suscitan en secreto. Solo a través de matrimonios bendecidos, consagrado por Dios, puede uno comprender el significado de, "no es bueno que el hombre esté solo, le haré ayuda idónea para él” [Génesis 2:18].

Ha sido el mismo Dios quien ha permanecido conmigo a lo largo de las persecuciones y las aflicciones, es El quién me han guiado ahora a esta unión santa y ha hecho posible para mí encontrar Su "otro lado," y completarse. Yo no he caído, perdido el rumbo o roto mi voto. No he tirado mi castidad, al contrario la he elevado al abrazarla en otra forma. Por nuestros cuarenta días de abstinencia y continencia después de nuestro casamiento, consagramos nuestro amor por Dios primero, estableciendo no una mera unión física entre el hombre y la mujer, sino por el contrario una comunión de dos personas con la participación de Dios. Es por eso que no tengo ningún remordimiento por lo que he hecho, y no tengo intención de retractarme.

II. DESASOCIARME DEL REVERENDO MOON Y LA FEDERACION DE FAMILIAS PARA LA PAZ Y LA UNIFICACION MUNDIAL

En primer lugar, Yo no me uní a la iglesia del Reverendo Moon. Fue mediante la Federación de Familias y la Conferencia de Líderes del Clero Estadounidense que me asocié con Católicos, Protestantes, Musulmanes, Hindúes, Sikhistas, y otras religiones. La institución que promovemos no es la iglesia del Reverendo Moon, ni ninguna otra. Si no que levantamos la primera institución que Dios creó en el Jardín de Edén: la familia, la cual está en crisis en todas las sociedades. Es un valor que todos compartimos y un fundamento de amor, moralidad y estabilidad que todos necesitamos. Si el Vaticano en su estrechez objeta esta asociación, ha perdido completamente el espíritu de conciliación que el Santo Padre ha instituido. Y en su arrogancia, no la comprenden del todo.

Yo soy un Católico Verdadero. ¿Por qué, entonces, pedí al Reverendo y a la Sra. Moon que me casaran? Es porque ellos me han mostrado más que nadie el profundo significado del matrimonio, de tal manera que me ha llevado a una comprensión más profunda de mi propia fe Católica. En el proceso, ellos nunca me pidieron que cambiara mi religión. De hecho, ellos han apoyado mi ministerio Católico, y desean proveerme de una plataforma para que yo finalmente pueda terminar la misión que Dios me ha encomendado: sanar los enfermos, echar fuera demonios, y predicar el evangelio. Es la Iglesia Católica, o algunos que se acreditan el poder en su nombre, quienes ya me descartaron como a un juguete viejo, y ahora como a un niño celoso quieren tomar el juguete desechado solo porque otro quiere jugar con él. ¿Por qué, después de ponerme en un estante polvoriento, ahora se interesan y se preocupan sobre adonde voy y qué hago? Quise hacer mi misión en la Iglesia Católica, como todavía intento hacerlo. ¿Pero por qué después de cerrar la puerta a mi ministerio y ponerle grilletes a mis dones, les disturba que Dios haya abierto otra ventana para mí?

¿Por qué le pedí al que Reverendo Moon que me ayudara a encontrar mi novia? Este es su don, y su ministerio. Cuando yo usé mi don en aras de ayudar a la gente se mal entendió y se me consideró como una amenaza. Cuando el Reverendo Moon usa su don para reconstruir familias, no es ninguna sorpresa que él sea mal entendido igualmente. Cuando compartí sus ideas como Obispo Católico del propósito divino del matrimonio y la santidad del sexo con familias Católicas, muchos lloraron, se reconciliaron, y renovaron su fe Católica. Pero cuando doy a conocer y doy crédito de donde vienen estas enseñanzas, se escandalizan. Yo he sufrido esta situación por 30 años. Presumir que alguien me haya influenciado y cambiado repentinamente es no querer ver los puntos verdaderos.

III. DECLARE FIDELIDAD A LA DOCTRINA Y DISCIPLINA ECLECIASTICA DEL CELIBATO

El sacerdocio no fue fundado sobre la "doctrina" o "disciplina" del celibato, si no sobre los sacramentos. Al sacerdote se le denomina a como "Alter Christus," o sea "Otro Cristo”. Como representante de Cristo él santifica la comunidad, y como Cristo vive por el bien de los demás. Cuando San Pedro nos llama a ser obediente en todo lo que hagamos, él citó Leviticos (el libro de sacerdotes), diciendo "Sean santos, porque Yo soy santo" [Leviticos 19:2].

El Sacramento de las Santas Ordenes (el sacramento sacerdotal) define y determina su santidad. El celibato como disciplina eclesiástica se instituyó en el siglo XII, anterior a eso, 39 Papas, e incontables sacerdotes eran casados. El celibato era una expresión de una vida de sacrificio y se instituyó para mejorar y fortalecer la santidad del sacerdocio. Es un apéndice, no la raíz.

Así como el apéndice en nuestro abdomen; mientras armoniza con la totalidad, contribuye y no hace ninguno daño, solo está ahí. Pero cuando se infecta, envenena los órganos y amenaza la vida del cuerpo, se le quita. De la misma manera el celibato, se ha podrido y corrompido, envenena la santidad del sacerdocio, minando la autoridad moral de la iglesia y amenaza su misma vida. Aparte los escándalos anteriormente mencionados, más de 120,000 sacerdotes han dejado sus posiciones clericales por el casamiento desde el Segundo Concilio Vaticano de 1960. Más de 40 millones de Católicos Estadounidenses han dejado la iglesia durante ese tiempo, y hasta ha diezmado la iglesia, más de 5,000 diócesis Estadounidenses están sin un sacerdote residente.

Aún así la iglesia no reconoce este veneno de inmoralidad, y por el contrario lo cubre y lo defiende. Desesperada por mantener su posición y autoridad, ha perdido toda perspectiva, y está lista para sacrificar el todo por el apéndice. Esto es ceguera; esto es locura. Si a alguien se le ha lavado el cerebro, es a aquellos que protegen la pedofilia y a los violadores, cubriendo crímenes y barriendo las injusticias y pecados debajo de la alfombra por el bien de su iglesia.

¿Qué hay del pobre Sacerdote, naufragando por la culpabilidad, un cascarón de hipocresía que ahora sirve a la ambigüedad moral de una autojustificación? Aquello que fue instaurado para fortalecer su vida espiritual, el celibato, se ha convertido en una piedra de molino atada al cuello, arrastrándole al infierno. ¿Qué hay de las estimadas hermanas que han tenido bebés en secreto, e incluso abortos? Qué hay de los 120,000 sacerdotes casados, que de hecho no son ex-sacerdotes, si no ex-clérigos, removidos de sus deberes sacerdotales. Ellos, también, aman su iglesia, pero se han convertido en sus bastardos. En ciudadanos de segunda clase.

¿Qué es lo que yo he hecho en obediencia a Dios?, proveer un modelo. Combinando el Sacramento de las Santas Ordenes, que define lo que es el sacerdocio, con el Sacramento del Matrimonio, fortaleceremos y renovaremos las dos partes, mientras reconstruimos, engrandecemos y fortalecemos el todo. Estos es lo qué Dios está pidiendo al final de los 2000 años de la fe Católica. Al entrar al tercer milenio, la capacidad de la iglesia para responder a la providencia de Dios determinará su utilidad a Su plan y su destino en Su voluntad.

LA ADVERTENCIA DE DIOS

Incontables veces en la historia de nuestra madre, la Iglesia Católica, hubo un obtuso, ciego, y aun corrupto liderazgo incapaz de oír el llamado de Dios, y Dios eligió voces insospechadas para limpiarla y renovarla: San Francisco de Asís, Juana de Arco, y otros. Muchas veces la iglesia se opuso, excomulgó, y aun mató a sus reformadores: Salvanarolo, etc. Muchas veces la iglesia ha sido inconsciente del tiempo histórico y el momento providencial, sólo para ser avergonzada después, como en el caso Galileo, Martín Lutero, y otros. Este es precisamente tal momento.

Una vez más le pido a mis amigos, colaboradores, hermanos y hermanas en Cristo: no se congojen o lloren por mí o mi futuro, porque estoy verdaderamente en el seno de la gracia, bendición y guía de Dios. Después de aproximadamente 30 años de lucha y sufrimiento, El me muestra el camino. Desesperadamente rezo por que la misión que El me ha encomendado pueda cumplirse a través de la Santa Iglesia Católica. Pero eso será decidido por otros, no por mí. De todos modos, ahora sé que El no me ha abandonado, y que El me usará como El lo destinó.

Por el contrario oremos, por el futuro y el destino de la Iglesia Católica, a quien Dios ha profundamente amado y pacientemente trabajado a través de los siglos. Su destino no será determinado por su poder financiero o político, ni aun por su autoridad doctrinal, si no por la ley del amor que comprende toda la ley y los profetas, y es mayor que la ley canóniga. Es el amor, la humildad, la fe, y la pureza lo que determinará si la iglesia responde a la voz de la tradición y al poder mundano, o a la voz de Dios. Eso determinará si la iglesia será la líder moral y espiritual en el establecimiento del Reino de Dios, o se aferrará, como los Fariseos de la antigüedad, a sus leyes y tradiciones, y colocará en oposición a la voluntad de Dios.

El Arzobispo E. Milingo
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4 comentarios:

betto dijo...

¿Es necesario ser célibe?

Cuanto más renunciamos,
más amamos a Dios
y a los hombres.

Madre Teresa de Calcuta


-Dios no pide el celibato a todos, sino solo a unos pocos, y no sé si seré capaz de vivir algo que Dios pide solo a unos pocos.

A quienes Dios se lo pide, les da la capacidad para seguir ese camino. Y no son tan pocos a los que Dios ha pedido esa entrega total y han dicho que sí. Muchos millones de hombres y mujeres viven o han vivido gozosamente su vocación al celibato a lo largo de los dos mil años de historia de la Iglesia.

Seguir a Jesucristo en celibato está presente en muchos pasajes evangélicos. El celibato ha sido y es una de las joyas más preciosas de la corona de la Iglesia. No es una soltería sin vínculos, sino un compromiso de entrega enamorada a Dios. No es solo el fruto de un esfuerzo, sino sobre todo un don, una gracia que Dios concede.

-Pienso que bastantes personas se han planteado alguna vez entregarse a Dios pero no se deciden porque no están seguros de que esa vida les vaya a resultar bien.

Esa incertidumbre se presenta tanto en el celibato como en el matrimonio. Cuando una persona se casa, no puede estar segura de que vaya a compartir su vida con alguien que vivirá muchos años o pocos, si le será fiel o no, si disfrutarán de salud o sufrirán el zarpazo de la enfermedad, si Dios los bendecirá con hijos o les bendecirá no dándoselos, si sus hijos llenarán su casa de alegrías o quizá de motivos de tristeza.

La entrega a Dios en celibato no es un simple "estar" o "ser", sino que tiene también su proyecto, muy ilusionante, como sucede en el matrimonio, donde no se trata simplemente de estar casado, sino que es preciso construir día a día esa comunidad de amor. Cada uno debe poner para ello iniciativa y creatividad, sin limitarse a una actitud pasiva, porque, entonces, se cae en la rutina y el aburrimiento de la falta de horizontes a los que aspirar o dirigirse.

No puede ser menos comprometida la entrega a Dios en celibato que la de los esposos entre sí, o la de los padres con sus hijos. ¿Qué entrega sería la de una madre o un padre que solo se ocupara de sus hijos cuando estos le devolvieran afecto por afecto, o solo si se cumplieran en ellos los sueños azules de cuando los niños nacieron? Dios pide en todos los casos una entrega completa, en tiempos de vigor y en tiempos de fatiga, con horizontes claros y con el cielo oscurecido por la tristeza. Sin esta perspectiva sobrenatural, es difícil entender el camino que a cada uno le depara su vocación. Hay que aceptar de buen grado la voluntad de Dios, aunque resulte a veces difícil de entender, aunque nos encontremos tras las alambradas de Auschwitz, como le sucedió a Maximiliano Kolbe, o tras las de Dachau, como le sucedió a Kentenich.

Toda vocación tiene la promesa de ver cosas grandes. Los que aceptan entregar su vida a Dios se convierten en testigos privilegiados de las maravillas de la gracia de Dios en los corazones, del triunfo del amor divino sobre el mal en el mundo.

-Todo eso es cierto, y todos conocemos personas célibes cuya vida de entrega nos resulta atractiva y ejemplar, como ese panorama que tú describes, pero también conocemos otros casos que no lo son tanto.

Tienes razón. Hay vidas de entrega a Dios que son un ejemplo maravilloso, y hay otras en las que parece apreciarse más bien el aire gris de la rutina y de la mediocridad. Sucede lo mismo con los matrimonios, de los que también todos conocemos un amplio abanico de posibilidades: hay matrimonios unidos y desunidos, más entregados el uno al otro o menos, más o menos felices.

Cuando un chico y una chica se casan, deben fijarse sobre todo en los buenos matrimonios, que pueden ser para ellos una referencia o un modelo, y fijarse quizá en los que no funcionan tan bien, para no caer en los errores que nos parece que han podido cometer. Al fin y al cabo, así hay que obrar para casi todo en la vida, tomando como pauta lo que en otros nos parece mejor, y procurando desmarcarnos de lo que nos parece peor, sin detenernos por los malos ejemplos, que siempre encontraremos.

Además, si nos retrae el mal ejemplo de otros, podemos recordar que, según nos cuenta el Evangelio, Dios llama a quien quiere, y entre esos, encontramos a unos mejores y a otros peores, pero a todos con defectos. La vocación es un don gratuito de Dios y no un premio a los propios méritos. Dios llama, no porque se fije en tus cualidades o las mías, sino por pura bondad suya, y no podemos pretender que todos aquellos que tienen vocación sean perfectos y ejemplares en todo.

Benedicto XVI lo explicaba así, respondiendo a la pregunta de un seminarista sobre el mal ejemplo que podemos recibir, incluso de quienes están constituidos en autoridad dentro de la Iglesia: "No es fácil responder a esta pregunta, pero ya he dicho, y es un punto importante, que el Señor sabe, sabía desde el inicio, que en la Iglesia también hay pecado. Para nuestra humildad es importante reconocer esto, y no solo ver el pecado en los demás, en las estructuras, en los altos cargos jerárquicos, sino también en nosotros mismos, para ser así más humildes y aprender que ante el Señor no cuenta la posición eclesial, sino estar en su amor y hacer resplandecer su amor."

Y en otra ocasión se refería a que quien se entrega a Dios, "siempre ha estado tentado de acostumbrarse a la grandeza, a hacer de ello una rutina. Puede llegar un día en que sienta la grandeza de lo sagrado como un peso, e incluso desear, quizá inconscientemente, liberarse de ese peso, disminuyendo el Misterio de Cristo a su propia medida personal, en vez de abandonarse con humildad pero con confianza para hacerse elevar a esa altura." Es una tentación y un riesgo inherentes a cualquier ideal que ilumina una vida, y por tanto presentes tanto en el celibato como en el matrimonio, y el hecho de que unos lo lleven mejor que otros es algo totalmente normal.

-Muchas personas dicen que el celibato es difícil de vivir y que debería reconsiderarse, pues es la causa de muchos abandonos en el servicio de Dios.

Es cierto que algunos lo dicen, aunque bastantes menos de lo que pretenden algunos medios de comunicación empeñados en difundir esa idea en contra de la opinión mayoritaria de los católicos, que acoge el celibato con respeto y afecto.

Muchas veces en la historia se ha intentado poner en tela de juicio el celibato, tomando como pretexto las debilidades humanas. Pero basta consultar, por ejemplo, los boletines oficiales de la Congregación para el Clero para demostrar, estadísticas en mano, que las deserciones del celibato sacerdotal, injustamente enfatizadas por esos medios de comunicación, constituyen un porcentaje irrisorio. Es cierto que no a todos les es dado entender el celibato "sino solo a quienes les ha sido concedido de lo alto", como señala con meridiana claridad el Evangelio, pero pienso que se puede llegar a intuirlo si se profundiza un poco en el mensaje de las Sagradas Escrituras y del Magisterio de la Iglesia, que describen el celibato como signo de un amor inagotable que hunde sus raíces en la virginidad, en el corazón indiviso.

Es cierto que hay abandonos del celibato, como los hay del matrimonio, y la solución no es dejar de exigir entrega ni fidelidad, tanto en el matrimonio como en el celibato. La fidelidad da testimonio de la eternidad del amor, de que la razón y la libertad se ven constantemente atraídas por el ideal del amor fiel y fecundo: para el celibato, en el origen de la generación espiritual de la multitud de hijos que es la Iglesia; y para el matrimonio, en el origen de una familia humana que es la pequeña Iglesia doméstica.

No deben exagerarse las dificultades del celibato frente a las del matrimonio, dramatizando con la posibilidad de un futuro abandono -como si esa posibilidad no se diese en todos los estados-, o pintando el matrimonio como un camino de rosas. Porque, igual que es una simpleza decir que "se llama santo al matrimonio porque cuenta con innumerables mártires", también lo es pensar que ser célibe es terriblemente arriesgado y difícil.

-¿Y no habría más vocaciones al sacerdocio si no se exigiera el celibato?

De entrada, quizá habría que decir que no suele valorarse de modo suficiente hasta qué punto el celibato preserva de lo que podríamos llamar un acceso "poco vocacionado" al sacerdocio. El celibato ha sido siempre una buena garantía de rectitud a la hora de la entrega a una misión.

Además, la cuestión del matrimonio no se ha demostrado determinante ni decisiva respecto a las nuevas vocaciones. Es algo que puede verificarse fácilmente. Basta con fijarse en las Iglesias orientales (en las que se ordenan también sacerdotes casados) y en el anglicanismo y el luteranismo (en las que, además, están bien retribuidos), y fácilmente se comprueba que en ninguno de los tres casos hay una correlación entre vocaciones y matrimonio. De hecho, la disminución de vocaciones de pastores luteranos y anglicanos es superior a la de sacerdotes católicos en esos mismos países.

Por el contrario, se ven aparecer de manera insistente y significativa vocaciones de sacerdotes solteros en Iglesias que admiten la ordenación de casados. Es un dato poco conocido, pero que confirma una tendencia que avanza desde hace más de un siglo en el anglicanismo, las Iglesias orientales, el luteranismo alemán y en algunos protestantes franceses.

-Pero el celibato es vivir siempre solo, sin la compañía y el cariño de una persona amada.

Eso es una visión negativa del celibato cristiano. Quizá provenga de la influencia de personajes más literarios que reales, que han contribuido a dar del hombre o de la mujer célibes una imagen triste o extraña. Es frecuente ver cómo se exageran los riesgos del celibato, a la vista de algunas situaciones que se producen, pero quienes insisten tanto en eso suelen olvidar que el índice de matrimonios rotos es notablemente mayor que el de abandonos del celibato.

Además, igual que los fracasos matrimoniales no se deben a que la institución matrimonial sea nociva o defectuosa en sí misma, sino al fracaso del amor matrimonial en casos concretos, lo mismo puede decirse del celibato apostólico. Quien no se entrega suficientemente a su cónyuge, fracasará en su matrimonio, y quien no se entrega suficientemente a Dios fracasará en el celibato. La clave en ambos casos está en la victoria sobre el propio egoísmo. Quien no se toma en serio esa batalla, no avanzará mucho, ni en el amor humano ni en el amor de Dios.

El celibato no es un sacrificio tan grande. Igual que para un hombre no es un gran sacrificio entregar su vida a una sola mujer, o para una mujer entregarse a un solo hombre, tampoco tiene por qué serlo dedicarse completamente a la propia elección en el celibato.

-Pero no es lo mismo enamorarse de Dios que enamorarse de una persona.

Desde luego, no es exactamente lo mismo. Enamorarse de Jesucristo, de la propia vocación, de la misión encomendada por Dios, es probable que no genere en nosotros los mismos sentimientos que el amor que hay entre los novios, o entre los esposos, o de los padres por los hijos. Son realidades distintas. De todas formas, si Dios da ese don, puede producir sentimientos incluso más intensos, pero el amor a Dios es sobre todo un cariño que surge de la inteligencia y la voluntad, de la comprensión de una realidad que nos empuja a un sentimiento de gratitud y de amor hacia quien nos ama infinitamente y lo ha dado todo por nosotros.

Los que se entregan a Dios no dejan vacío el corazón. No están nunca solos, aunque algunas veces puedan vivir con menos compañía humana. Esto resulta difícil de entender a quienes olvidan que el celibato es un don. Los que se entregan por entero a Dios, los que renuncian por amor a Dios al amor humano, no mutilan de ningún modo su personalidad, ni recortan su capacidad de querer. No empequeñecen su corazón, sino que lo engrandecen.

"Por mi voto de castidad -decía la Madre Teresa de Calcuta- no solo renuncio al estado del matrimonio, sino que también consagro a Dios el uso de mis actos interiores y exteriores, mis afectos. En conciencia no puedo amar a otra persona con el amor de una mujer por un hombre. Ya no tengo derecho a dar ese afecto a ninguna otra criatura, sino solamente a Dios. Pero no por eso somos como piedras, seres humanos sin corazón. No, en absoluto. Hemos de mantenernos como estamos, pero darlo todo por Dios, a quien hemos consagrado todos nuestros actos interiores y exteriores. La castidad no significa simplemente no estar casada, sino amar a Cristo con un amor indiviso. Es algo más profundo, algo vivo, algo real. Es amarlo con una castidad amorosa e íntegra por medio de la libertad de la pobreza."

-¿Y la obediencia? Porque la vida de entrega a Dios supone someterse a otras personas, sea en el ámbito diocesano o en cualquier institución de la Iglesia.

El concepto de autoridad es algo natural. Uno de los elementos distintivos de una sociedad humana es el principio de autoridad, que permite el imperio de la ley y de la justicia, no el imperio de la fuerza, como sucede en el mundo animal. La autoridad no debe verse como algo negativo, sino como algo necesario para que funcione bien cualquier país, cualquier empresa, cualquier organización, cualquier familia. Todos, de una manera o de otra, estamos sujetos a la jerarquía de una organización, en la vida profesional, en la vida familiar, en la vida social, porque todos estamos condicionados. El deporte tiene unas reglas, la familia tiene unas exigencias, cualquier ámbito profesional se somete a una jerarquía y unas reglamentaciones, al conducir hay que sujetarse a unas normas de circulación..., en fin, que es lógico que una vida de entrega a Dios en cualquier institución suponga atenerse a unas normas y someterse a un principio de autoridad, pero eso no tiene por qué ser algo muy distinto de lo que sucede a cualquier otra persona en la mayoría de los ámbitos de su vida.

-¿Y no te parece que, en nuestra época, el celibato es una audacia muy notable?

Yo no diría tanto, aunque supone efectivamente un cierto valor. Pero ese contraste es quizá lo que más necesita nuestra época. Podríamos hacer una comparación con la vida de los primeros cristianos. Tuvieron que ser fuertes para vivir con coherencia en una sociedad bastante violenta y corrupta, aficionada a los juegos sanguinarios del circo, y que por etapas los llevaba a las catacumbas y al martirio. Y el testimonio de esos primeros cristianos, en medio de ese mundo embrutecido, acabó por cambiar el imperio romano, que finalmente se hizo cristiano, y no precisamente por la fuerza de las armas. Fue el testimonio de los valores cristianos lo que se impuso sobre el imperio de la fuerza. Y ahora, en nuestra época, quizá el testimonio más rompedor es el de la castidad. En otros temas, es quizá más fácil encontrar áreas comunes con las mentalidades dominantes, pero el testimonio de la castidad y del celibato es un tanto escandalizador, e incluso irritante para muchos, que en cuanto se mencionan estos temas saltan con verdadera furia. Pero vivir hoy la castidad es un testimonio especialmente necesario, una prueba de autenticidad personal, de dedicación a un ideal, de respeto, de fortaleza. La castidad es una de las grandes claves del testimonio cristiano de la mujer y del hombre de hoy. Hay mucha gente con buenos sentimientos, de buen corazón, con deseos de hacer el bien, pero débiles, y quizá uno de los primeros aspectos en que se manifiesta es en este punto.

-Pero el matrimonio también es importante, y también es una vocación.

No solo es importante el matrimonio, sino que es imprescindible y esencial. Y es una vocación, ciertamente. "Nunca olvidaré -recordaba Juan Pablo II en 1994- a un muchacho, estudiante del politécnico de Cracovia, del que todos sabían que aspiraba con decisión a la santidad. Ése era el programa de su vida; sabía que había sido "creado para cosas grandes", como dijo una vez San Estanislao de Kostka. Y al mismo tiempo, ese muchacho no tenía duda alguna de que su vocación no era ni el sacerdocio ni la vida religiosa; sabía que tenía que seguir siendo laico. Le apasionaba el trabajo profesional, los estudios de ingeniería. Buscaba una compañera para su vida y la buscaba de rodillas, con la oración. No podré olvidar una conversación en la que, después de un día especial de retiro, me dijo: "Pienso que ésta debe ser mi mujer, es Dios quien me la da".

"Como si no siguiera las voces del propio gusto, sino en primer lugar la voz de Dios. Sabía que de Dios proviene todo bien, e hizo una buena elección. Estoy hablando de Jerzy Ciesielski, desaparecido en un trágico incidente en Sudán, donde había sido invitado para enseñar en la universidad, y cuyo proceso de beatificación ha sido ya iniciado."

El matrimonio cristiano es, plenamente, una vocación a la santidad. Y el ejemplo de padres que buscan la santidad es la primera condición favorable para el florecimiento de vocaciones sacerdotales y religiosas.

-¿Y cuál es la vocación más importante?

Aquella a la que a cada uno llame Dios. La vocación que Dios tiene pensada desde toda la eternidad. Todas las vocaciones son llamadas divinas al amor y a la santidad. Pero solo con el cumplimiento de nuestra vocación realizamos plenamente la voluntad de Dios para nosotros.

Es cierto que la Iglesia nos enseña que el celibato apostólico es en sí una vocación más perfecta que la del matrimonio. Lo recuerda el Señor en el Evangelio, y lo aconseja San Pablo en sus epístolas. Pero aunque sea así de modo general, no es lo que Dios desea para todos.

-¿Y cómo se puede saber si Dios te pide ser célibe o no?

Dios, junto con la vocación, da las señales suficientes para reconocerla. Y algunas de esas señales pueden ser el momento y las circunstancias en que se percibe la llamada. Cuando se es joven y no existe ningún obstáculo objetivo, es quizá más probable que esa llamada sea en el celibato.

-¿Y si una persona ha pensado siempre en casarse?

Eso es lo natural en cualquier persona llamada por Dios al celibato, antes de descubrir esa llamada. Todos los hombres y todas las mujeres experimentan esa tendencia natural al matrimonio, como fruto de la atracción de ambos sexos. Por esa razón, Dios no necesita confirmar, como sucede con el celibato, esa vocación natural con una llamada interior: la experimenta cada hombre con lo que se podría denominar el llamamiento universal de la propia naturaleza. El llamamiento particular lo experimentan únicamente aquellos a los que Dios quiere comprometer en una plena disponibilidad a su servicio.

-¿Pero qué crees que necesita más ahora la Iglesia: sacerdotes, frailes, monjas de clausura, padres de familia, laicos célibes en medio de su trabajo, misioneros...?

Te contesto con unas palabras de Pablo VI que serán siempre actuales: "Por encima de todo, necesitamos santos. Mirando al estado en el que se encuentra hoy el mundo, os recuerdo que la mayor necesidad que tienen las naciones es esta, la de la santidad. Necesitamos santos. Santos por encima de todo. ¡Esa es la mayor necesidad del mundo actual!". Por encima de todo, hacen falta hombres y mujeres que respondan con generosidad plena al querer de Dios. Y en su sabiduría infinita, Dios ha dispuesto que unos le sirvan en el matrimonio y otros en el celibato.

Dios da a cada uno los dones que necesita para la misión que le ha designado. Por esa razón, no todas las vocaciones tienen las mismas exigencias, porque Dios pide a cada uno en relación a los talentos que le ha dado.

Se trata de una decisión personal que cada uno ha de tomar a la luz de su oración personal. No puede tomarse a la ligera. Ni tampoco pensando, como hacen algunos, que el celibato es para quienes no les atrae el noviazgo o el matrimonio.

En definitiva, no plantees tu respuesta a Dios como la elección entre diversos "niveles": un nivel alto, el celibato, que exigiría renuncia absoluta; y otro nivel más bajo, el matrimonio, más suave y llevadero, más asequible: una especie de "clase turista", un vuelo barato a la santidad. Dios pide la plenitud de la entrega a todos, de acuerdo con las circunstancias de cada uno. La santidad no la determinan esos "niveles", y por eso no fue menos santo alguien como Santo Tomás Moro por el hecho de estar casado, sino que encontró la plenitud de la vida cristiana en el matrimonio; pero si hubiese elegido el matrimonio por falta de generosidad con Dios, difícilmente hubiese sido santo.

-¿Y la razón del celibato es tener una mayor disponibilidad?

Benedicto XVI ha recalcado que el testimonio del celibato es especialmente necesario en nuestro mundo completamente funcional, donde todo se basa en servicios calculados y verificables. El gran problema de Occidente es el olvido de Dios, y el celibato supone una mayor identificación con la vida de Cristo y un testimonio para llevarlo a toda la humanidad, que es el servicio prioritario que necesita. El celibato solo puede ser comprendido y vivido con este fundamento, porque las razones únicamente pragmáticas, de una disponibilidad mayor, no son suficientes y podrían llevar a pensar que el celibato busca simplemente ahorrarse los sacrificios y fatigas del matrimonio para tener más desahogo en otros campos. Es indudable que el celibato permite habitualmente una mayor disponibilidad, pero es sobre todo un testimonio de fe, y por eso es tan importante precisamente hoy.

El celibato es el ejemplo que Cristo mismo nos dejó. Él quiso ser célibe. Su existencia histórica es el signo más evidente de que la castidad voluntariamente asumida por Dios es una vocación sólidamente fundada. No existe otra interpretación y justificación del celibato fuera de la entrega total al Señor, en una relación exclusiva, también desde el punto de vista afectivo. El celibato debe ser un testimonio de fe: la fe en Dios se hace concreta en esa forma de vida, que sólo puede tener sentido a partir de Dios. Fundar la vida en él, renunciando al matrimonio y a la familia, significa acoger y experimentar a Dios como realidad, para así poderlo llevar a los hombres.

-Mucha gente dice que, en nuestro tiempo, en el que hay que afrontar tantas situaciones de pobreza y de necesidad, no tiene sentido que haya personas que se encierren para siempre entre los muros de un monasterio, pues privan a los demás de la contribución de sus propias capacidades y experiencias.

La cuestión está en si se valora o no la eficacia que su oración puede tener para solucionar los numerosos problemas que afligen a la humanidad. El hecho de que hoy día haya numerosas personas que abandonan carreras profesionales, con frecuencia prometedoras, para abrazar la austera regla de un monasterio de clausura, es una llamada de atención sobre la importancia de la oración. No está de más preguntarse qué les lleva a dar un paso tan comprometedor.

"Esas personas -afirma Benedicto XVI- testimonian silenciosamente que, en medio de las vicisitudes diarias, en ocasiones sumamente convulsas, Dios es el único apoyo que nunca se tambalea, roca inquebrantable de fidelidad y de amor. Ante la difundida exigencia que muchos experimentan de salir de la rutina cotidiana de las grandes aglomeraciones urbanas en búsqueda de espacios propicios para el silencio y la meditación, los monasterios de vida contemplativa se presentan como oasis en los que el hombre, peregrino en la tierra, puede recurrir a los manantiales del espíritu y saciar la sed en medio del camino.

"Estos lugares, aparentemente inútiles, son por el contrario indispensables, como los "pulmones verdes" de una ciudad. Son beneficiosos para todos, incluso para los que no los visitan o quizá no saben ni que existen. Hay que agradecer a Dios que siga suscitando tantas vocaciones para las comunidades de clausura, masculinas y femeninas, y hay que hacer por nuestra parte lo necesario para que nunca les falte nuestro apoyo espiritual y también material para que puedan cumplir su misión de mantener viva en la Iglesia la ardiente espera del regreso de Cristo."

El Vacio Iluminador dijo...

excelente trabajo, lo felicito por su blogs. Comparto totalmente todo lo que ha hecho el arzobispo milingo, y aprovecho esta ventana para agregar lo siguiente: Ha llegado el momento de rectificar y de darle paso a la luz de los sagrados misterios cristicos que el vaticano siempre ha querido ocultar, estoy convencido que el arzobispo milingo conoce los sagrados misterios que encierra el matrimonio. Me da la ligera impresion que muy pronto veremos una gran alianza entre la Santa iglesia Gnostica, la Iglesia Gnoscatholica y la asosiacion de sacerdotes casados. ya para terminar les sugiero que se estudien el libro "EL MATRIMONIO PERFECTO" del Venerable maestro "Samael aun weor" avatara de la era de acuario

El Vacio Iluminador dijo...

excelente trabajo, lo felicito por su blogs. Comparto totalmente todo lo que ha hecho el arzobispo milingo, y aprovecho esta ventana para agregar lo siguiente: Ha llegado el momento de rectificar y de darle paso a la luz de los sagrados misterios cristicos que el vaticano siempre ha querido ocultar, estoy convencido que el arzobispo milingo conoce los sagrados misterios que encierra el matrimonio. Me da la ligera impresion que muy pronto veremos una gran alianza entre la Santa iglesia Gnostica, la Iglesia Gnoscatholica y la asosiacion de sacerdotes casados. ya para terminar les sugiero que se estudien el libro "EL MATRIMONIO PERFECTO" del Venerable maestro "Samael aun weor" avatara de la era de acuario

VINICIO SANTOS dijo...

ESTIMADOS HERMANOS:
Solicito mi matrimonio monógamo sodomita con una vecina del sector 5 de las margaritas de residenciales San José del municipio de San José Pinula del departamento de Guatemala de mi nacion Guatemala de la América Central quien tiene una hermana morena recientemente casada y un hermano varón.

Atentamente:
Jorge Vinicio Santos Gonzalez,
Documento de identificacion personal:
1999-01058-0101 Guatemala,
Cédula de Vecindad:
ORDEN: A-1, REGISTRO: 825,466,
Ciudadano de Guatemala de la América Central.

Datos personales

Mi foto
Autor y educador español (1952 - ) felizmente casado con Teresa Chávez, dos hijos varones. Datos biográficos en: http://jesus-gonzalez-losada.blogspot.com/ - Magíster en Matrimonio y Familia por la Universidad de Navarra. - Director en Uruguay de la Fundación Educativa para la Paz - Autor de varios libros y ensayos publicados en distintos medios